No hay atajos para ser más competitivos

La competitividad de la economía argentina es una cuestión que está en el centro del debate en las últimas semanas. Por un lado, los exportadores reclaman de un tipo de cambio más elevado para poder colocar sus productos en el exterior. Por el otro, los productores industriales locales señalan que con el tipo de cambio bajo actual, las importaciones nos inundan y destruye empleos en el sector.

Quejas y más quejas. Y todas sobre el tipo de cambio nominal.

El diagnóstico es claro ya que con una aceleración de la inflación por encima de una tasa anual del 40% durante el primer semestre del año, la pérdida del colchón de competitividad que había generado la devaluación de diciembre último se está evaporando.

La cuenta es simple: si la moneda doméstica se depreció de $ 9,50 a $ 15,00 en su paridad con el dólar en diciembre último, eso implicó un salto del tipo de cambio nominal de 57%. Pero el tipo de cambio real, ajustado por la inflación, podría ver erosionada casi el 80% de su mejora para diciembre de 2016 si la relación nominal permanece intacta y la inflación anual cierra en torno al 42% anual.

El siguiente gráfico, elaborado por la consultora Elypsis, es muy elocuente al respecto.

TCRM

Devaluación mediante de más de 50% del tipo de cambio nominal, el tipo de cambio real multilateral, que considera la tasa de cambio ajustada por la inflación de nuestros principales socios comerciales, se encuentra en los niveles de 2012 y 2013, muy alejado del promedio de la década pasada.

Ciertamente es una señal poco alentadora desde la perspectiva de nuestro intercambio comercial: es difícil vender nuestros productos al exterior (salvo las exportaciones agrícolas que cuentan con una competitividad propia muy alta) y es barato comprar los productos extranjeros.

Ésta se trata de una conclusión válida si solo consideramos a la competitividad de la economía argentina desde la óptica del valor del tipo de cambio.

¿Es válido este enfoque?

Recurrentemente la competitividad de la economía local se piensa solamente en cuanto al valor de nuestra moneda en relación al dólar y demás divisas de nuestros socios comerciales. Sin embargo, esto ha demostrado ser profundamente nocivo para la previsibilidad de la economía, nuestro nivel actividad y las posibilidades de expandir la frontera productiva.

En primer lugar porque la demanda de un tipo de cambio alto por parte de los sectores económicos beneficiados con él desvía los incentivos de largo plazo de volverse competitivos en base a mayor productividad e inversión.

En segundo lugar porque las devaluaciones exitosas del tipo de cambio han demostrado ser muy escasas según la evidencia empírica histórica. El pass through de la devaluación a los precios es una constante que tarde o temprano se impone, erosionando la mejora del tipo de cambio real en cuestión de tiempo.

Finalmente, la dependencia del tipo de cambio como única variable requerida para mejorar los términos de intercambio de nuestro país estimula este atajo y atenta contra la búsqueda de mejoras más sustentables y permanentes en el tiempo, pero que requieren de constancia, disciplina y persistencia en el largo plazo.

La mejora de la competitividad argentina se puede lograr con política económicas predecibles y amigables con el capital, en un contexto de permanente evolución del desarrollo de inversiones y mejoras de la productividad.

Ejemplos de esto puede ser la disponibilidad de crédito a tasas de interés “blandas”, rebajas impositivas, marcos regulatorios flexibles y eficientes y, claro está, seguridad jurídica. Las mencionadas son variables determinantes que pueden tener un muy buen efecto sobre la economía argentina.

Pensar solamente en el tipo de cambio como variable de alta competitividad no hace otra cosa que acentuar la dependencia estatal  por parte de los principales actores del comercio exterior doméstico, bloquea las innovaciones en el ámbito privado, hace que sufra el bolsillo del consumidor (por la mayor inflación) y profundiza la visión cortoplacista.

En términos de competitividad, está a la vista que no hay atajos.

Solo la persistencia y el enfoque largoplacista puede cambiar el destino de nuestra economía de manera perdurable en el tiempo.

Deuda + Gasto Corriente = Crisis

Hace poco más de un mes absolutamente todos los medios y especialistas financieros se hacían eco de la salida del default de Argentina. Más allá del significado simbólico que este hecho tenía desde el punto de vista económico, muchas voces se mostraron optimistas por la gestión política del Gobierno para resolver el problema en el Congreso ante la falta de mayoría en ambas cámaras.

Ciertamente que se trató de un triunfo político también, pero no todo fue gratis. El apoyo por parte de la oposición tenía como contrapartida el compromiso del Gobierno Nacional de permitirle a las provincias emitir deuda para financiarse.

Y esto finalmente se está cumpliendo con creces en la práctica.

Efectivamente el fin del default en Argentina abrió la billetera de liquidez mundial para las tan necesitadas provincias argentinas. El apetito de los inversores internacionales era evidente por esta nueva deuda.

Ya se había manifestado la voluntad de los inversores al postular ofertas por hasta US$ 60 mil millones cuando el Gobierno Nacional decidió emitir bonos a 3, 5, 10 y 30 años para pagar la deuda a los holdouts. Finalmente, se tomó una cuarta parte de ese aluvión de capital por US$ 16.500 millones.

Pero claramente este proceso sentó un precedente importante para que las provincias acudieran al mercado voluntario de deuda internacional. Las condiciones financieras continuaban siendo favorables, con tasas de interés que se encuentran en un piso histórico en los países desarrollados y con un sobrante de liquidez importante.

Y esta fuerte disponibilidad de fondos se hace cada vez más evidente en la medida en que el retorno ofrecido por las emisiones provinciales sea de hasta casi cuatro veces más grande que lo que paga un bono del Tesoro estadounidense a 10 años.

Este es el caso de las provincias argentinas que ya colocaron deuda en las últimas semanas. Y también lo será de las que se aprestan para salir a cotizar.

La primera provincia argentina en romper la inercia luego de la salida del default fue la de Neuquén a comienzos del mes de mayo. El emisor consiguió colocar US$ 235 millones a 12 años de plazo a una tasa nominal anual de 8,62%. Cuando uno evalúa que la provincia recibió ofertas por US$ 1.500 millones la operación parece haber sido un éxito, pero recordemos que el premio a los inversores también es muy alto: ¡una tasa de interés muy elevada que casi duplica el nivel de lo que pagó Bolivia hace unos años atrás!

La segunda provincia en emitir fue Mendoza. También podemos calificar de “exitosa” la operación ya que colocó US$ 500 millones, a 8 años y con un interés inferior: 8,375%.

La Ciudad de Buenos Aires emitió por US$ 890 millones a una tasa debajo de 7,75%.

En las próximas semanas se preparan para emitir deuda las provincias de Córdoba y Salta, por hasta US$ 1.350 millones. Y también mostró sus intenciones de avanzar en ese sentido la provincia de Tierra del Fuego.

¿Es acaso una noticia para festejar o no?

Hay que separar dos cuestiones fundamentales.

La primera es que la deuda no es un instrumento malo per sé. Y menos en las condiciones actuales de bajas tasas de interés y alto nivel de liquidez mundial. Muchos grandes proyectos de infraestructura no se podrían llevar adelante sin el correspondiente financiamiento a costos no usureros y plazos relativamente largos. Bajo estas condiciones, reitero, tomar deuda no es malo en absoluto.

La segunda cuestión, y he de aquí donde aparecen los principales nubarrones en el horizonte, es el destino que se le da a los fondos que el emisor consigue en la colocación de deuda. Es decir, en este caso, para qué utilizarán los recursos las provincias.

Del prospecto de deuda de la provincia de Neuquén surge que “los fondos se utilizarán para afrontar servicios de deuda contraída anteriormente y cancelar deuda pública de la provincia vencida el o después del 1 de enero de 2015”.

En el caso de la provincia de Mendoza, el comunicado de la gobernación señaló que los fondos “se utilizarán para el pago de deuda ya emitida y al cierre del déficit fiscal”.

Con este marco, no hay motivo aparente para festejar. Gran parte de esta deuda se utilizará para afrontar gasto corriente, comprometiendo la sustentabilidad de repago de esa deuda en el futuro.

Por un lado, las tasas a las cuales las provincias están tomando deuda no son lo suficientemente bajas como para pensar en que estamos en presencia de una saludable administración de riesgos financieros, cancelando deuda con tasas altas a partir de fondos conseguidos a tasas mucho más bajas. Por el otro, financiar gastos corrientes con deuda es un proceso que nunca termina bien.

Este proceso puede ser la génesis de una nueva crisis financiera dentro de unos años.

Particularmente creo que las provincias deben tratar de alcanzar un sano equilibrio entre los presupuestos financieros deficitarios, la gran disponibilidad de fondos en el exterior y la promoción de obras de infraestructura que mejoren la competitividad.

Endeudamiento responsable para financiar tales obras y recorte de gastos superfluos son los caminos más coherentes (y sustentables) que aparecen en el horizonte.

El dólar en Argentina no debería seguir bajando

En este artículo señalo por qué el dólar en Argentina no debería seguir bajando. Hay cuestiones técnicas vinculadas al desequilibrio macroeconómico. Pero también un hecho objetivo: nadie sale ganando con el atraso cambiario.

La economía argentina dio, una vez más, una muestra de lo pendular que es su comportamiento. Los extremos son los lugares de confort favoritos de muchas de las variables económicas que dominan la escena diaria. Inflación, tasa de interés y crecimiento son algunas muestras de ello. Sin embargo, el ejemplo más emblemático de estos tiempos es el dólar.

Hace menos de cuatro meses, con elecciones presidenciales mediante, el valor futuro de la divisa estadounidense deslumbraba a todos los agentes de la economía. Empresarios, inversores, consumidores y ahorristas, entre otros, trataban de adivinar cuál sería la próxima cotización del dólar.

De más está decir que ninguno proyectaba una baja del precio de la moneda extranjera, sino más bien que anticipaban una escalada alcista en base a la delicada situación macroeconómica del país.

Los problemas eran evidentes y difíciles de solucionar, al menos, en el corto plazo. La escasez de dólares en las arcas del Banco Central de la República Argentina (BCRA) era la madre de todas las batallas que debía enfrentar la administración actual. Pero también había (y hay) otros retos importantes.

El galopante déficit fiscal, la descontrolada emisión monetaria y una inflación creciente fogoneaban el caldo de cultivo ideal para hacer subir al dólar a niveles insospechadamente altos. Sin embargo, esto no ocurrió.

Cuatro meses después del escenario anteriormente descripto nos encontramos en la situación completamente opuesta. Hoy el dólar preocupa, pero por su baja en la cotización.

¿Qué cambió en el medio? Las expectativas.

El próximo acuerdo con los holdouts (o fondos buitres) es el principio del cambio en la percepción de los agentes. Este trato servirá para reinsertar a la economía argentina dentro del circuito de financiamiento internacional, dando un poco más de margen al Gobierno actual para transitar el delicado, pero necesario, camino del ajuste de las cuentas públicas.

Adicionalmente, el anuncio de inversiones de muchas empresas multinacionales hacia la Argentina agrega una bendición a la oferta de dólares tan necesaria por estos tiempos.

Finalmente, el comienzo del período de liquidación de exportaciones de la cosecha gruesa del campo habilita el entusiasmo por una fuerte entrada de divisas que lleven a engrosar las reservas internacionales de la autoridad monetaria.

Los tres factores confluyen para actuar fuerte sobre las expectativas de un dólar más bajo en el futuro y, de ahí, es que parte de esto ya se materializó en el presente con un billete ofrecido e las pizarras en la zona de $ 14,50.

De cara al futuro no estoy tan seguro de que el dólar continuará esta tendencia bajista. Es más, creo que no hay mucho margen para esto. En lo inmediato, encuentro tres razones firmes para pensar que la baja del dólar está cerca del fin.

  • La inflación permanece altamente elevada. Durante los primeros tres meses del mandato de Mauricio Macri la inflación superó el 10% acumulado. Es cierto que parte de esta suba tiene que ver con la liberación de ciertos precios reprimidos (luz, alimentos, etc.), pero también es consecuencia del delicado estado de la economía argentina. La inflación permanecerá elevada mientras no se ataque con firmeza el déficit fiscal, que supera el 7% del Producto Bruto Interno. Si hubo un exceso semejante en la ampliación del gasto durante años anteriores, tiene que ser posible el recorte del mismo en sectores donde el costo social sea el menos elevado posible.
  • El atraso cambiario perjudica la competitividad. El Gobierno actual sabe que un tipo de cambio alto es necesario para reactivar la economía, ya sea para estimular las exportaciones como para encarecer las importaciones de manera de potenciar la producción local. A pesar de la reciente devaluación del peso, el tipo de cambio real bilateral con Brasil, nuestro principal socio comercial, apenas mejoró, volviendo a los niveles de 2013. La elevada inflación local y la devaluación del real brasileño han hecho que los efectos de la devaluación del tipo de cambio oficial en Argentina no se hayan hecho sentir demasiado favorablemente en la competitividad del país.
  • El BCRA no podrá sostener los actuales niveles de tasas. Por primera vez en mucho tiempo, Argentina tiene tasas de interés reales positivas. Esto se dio a partir de un ajuste al alza del rendimiento de las Lebac que paga el BCRA en sus colocaciones semanales. Sin dudas que esto ha generado una descompresión de la demanda de dólares en beneficio de las colocaciones en pesos a tasa fija. Por su Lebac más corta, a 35 días de plazo, la entidad está pagando un 38% anual. Esto tiene un costo de oportunidad muy elevado en dos sentidos: la actividad económica, que no puede despegar con semejantes niveles de tasas de interés; y el déficit cuasi fiscal, que se genera a partir del endeudamiento que asume el BCRA para aspirar la mayor cantidad posible de pesos de la economía. Las tasas no podrán mantenerse elevadas por mucho tiempo más.

Bajo este marco, entiendo que el piso para el valor del dólar está muy cerca. Si el mercado cambiario no se equilibra libremente en un valor de la divisa más lógico con el equilibrio de largo plazo, seguramente el Gobierno tomará el toro por las astas.

El dólar “barato” puede tener los días contados.

El fin del default y el impacto en el ciudadano común

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Finalmente estamos cerca del final del denominado “Juicio del siglo” que duró 15 años. Los actores principales fueron los fondos buitres, la Argentina y el juez Thomas Griesa. ¿Cómo impacta un acuerdo entre las partes en tu vida habitual? Intentemos descifrarlo acá.

Fin de un capítulo.

Es hora de dar vuelta la página del default más grande y largo de la historia. Todo tuvo su origen en 2001, cuando diputados y senadores argentinos aplaudían de pie la decisión del por aquel entonces presidente argentina, Adolfo Rodriguez Saa, de no pagar la mal llamada deuda externa.

En esa deuda, no solo había acreedores extranjeros, sino ahorristas y jubilados argentinos que compraron de buena fe bonos argentinos para ahorrar, confiando en el país y que le dieron vuelta la cara con un aire de soberbia impensado.

15 años tardó en resolverse el conflicto con la totalidad de los acreedores. Una eternidad. Fue más por decisión política que económica el no hacerse cargo del problema, pero sin dudas los costos han sido abultados para el país.

Sobre todo porque coincidentemente mientras Argentina tenía el acceso restringido al financiamiento externo, las tasas de interés del mismo se ubicaron en mínimos históricos. Brasil, Bolivia y Paraguay colocaban deuda al 3%, 4% y 5% a 5, 10 y 20 años de plazo. Hasta México llegó a colocar un bono con vencimiento a 100 años a tasas ridículamente bajas.

Mientras tanto, Argentina se sacaba de encima al FMI pagándole anticipadamente US$ 10 mil millones de deuda que devengaba una tasa de 4%. Luego fuimos a buscar financiamiento a nuestro “aliado” Venezuela, al que le pagamos una tasa de interés de hasta 15% anual en una colocación de Boden 2015. Cuando se cerró esa vía, por la abrupta caída del petróleo, el país no tuvo mejor idea que descapitalizar al BCRA usando sus reservas internacionales (y haciéndolas caer a más de la mitad) y luego financiar el déficit fiscal con emisión monetaria.

La consecuencia de todo esto es sabida: desvalorización del peso, presión alcista del dólar y mayor inflación.

Pero como señalé, la noticia del día de ayer deja espacio para pensar que el default pronto será historia.

De acá en adelante, es interesante saber qué repercusión tiene esta medida para el ciudadano común, de a pie, que vive su rutina habitual en un país con una economía claramente pendular.

Desde mi punto de vista hay tres implicancias clara que beneficiarán al conjunto de la sociedad:

En primer lugar se abrirá el crédito para Argentina. Y la mejor noticia es que las tasas de interés siguen siendo bajas a nivel global, es decir, estamos a tiempo a aprovechar una situación benévola desde ese punto de vista aunque más incierta desde la óptica del crecimiento mundial. El acceso al crédito no solo se da para el sector público, sino que se irá abriendo para el sector privado también.

Si ese financiamiento se usa adecuadamente, primero para hacer que la transición hacia la solución de los desequilibrios macroeconómicos se haga de manera más ordenada, y luego para ampliar la frontera productiva, el ajuste hacia los trabajadores debería no ser tan brusco. Por el contrario, cualquier nuevo proyecto de inversión, sea de infraestructura o productivo, generará más empleo, beneficiando al conjunto de los ciudadanos.

En segundo lugar puede ser una buena noticia para la inflación. Si bien el Gobierno actual no ha estado financiado el déficit fiscal con mayor emisión monetaria, el hecho de acceder a financiamiento descomprime aún más ese escenario. No digo que financiar el déficit corriente deba ser una práctica usual y de largo plazo, pero hacerlo en el corto plazo para atender los desequilibrios actuales permitirá no emitir más pesos de forma espuria. Y sin más cantidad de pesos dando vuelta, la presión sobre la moneda mermaría y, con eso, las expectativas inflacionarias descenderían.

En tercer lugar se abre una oportunidad histórica para desarrollar el mercado de capitales locales. No es un dato menor, porque es allí es el lugar donde se encuentra el inversor y las empresas y Gobiernos que buscan financiamiento. Si esto se logra de manera sostenida (llevará tiempo) es probable que el ahorrista tenga más oportunidades al momento de decidir dónde poner su dinero. Ya no sólo serán válidas las clásicas opciones de plazo fijo o dólar, sino que se abrirá un abanico de oportunidades.

Más empleo, menor inflación y más oportunidades de inversión es un cocktail que, de covertirse en virtuoso, sacará a la Argentina del estancamiento económico actual.

Diego Martínez Burzaco