Durante los últimos cuatro años de magra actividad económica, el Gobierno ha intentado paliar la debilidad del sector privado con el incremento acelerado del gasto público. En términos simples, el gran creador de empleos pasó a ser el sector público, evitando que la caída del PBI fuera más profunda a la evidenciada.
Pero todo tiene un límite, y creo que ya se ha alcanzado…
El anuncio del Banco Central de la República Argentina de incrementar las tasas de interés para los plazos fijos minoristas de personas físicas y jurídicas es una muestra de ello. Si durante la semana escuchamos a muchos funcionarios oficiales ninguneando al dólar blue, efectivamente era algo que perturbaba y preocupaba detrás de los micrófonos. Y el alza de la recompensa por los depósitos a plazo, así lo demuestra.
Sin dudas que esto es el corolario de algo que comenzó en 2007 y que me gustaría desarrollar de la manera más simple y conceptual posible.
En ese año, la inflación comenzó a acelerarse por las inconsistencia que mostraba el modelo. Los superávit fiscales y de cuenta corriente comenzaron a evaporarse y, en vez de reconocer el problema para atenderlo, se lo negó sistemáticamente.
Esto se retroalimentó de manera permanente hasta encontrar el máximo punto de ebullición en 2014 cuando la inflación llegó al 40% anual.
La aceleración del costo de vida generó un perceptible impacto negativo sobre el tipo de cambio. Este se atrasó considerablemente, generando un deterioro marcado en la competitividad de nuestras exportaciones que redundó en un achicamiento considerable del superávit comercial. Así, una de las principales fuentes de oferta genuina de dólares se evaporó.
Asimismo, para calmar las expectativas inflacionarias, el Gobierno optó por continuar con la política de atraso cambiario, situación que agravó el impacto negativo en la actividad y aceleró la demanda de dólares.
El ciudadano de a pie se dio cuenta que la divisa estaba barata y comenzó a acumularla, presagiando que pronto podría tener lugar una devaluación del peso argentino.
A pesar del ninguneo, al Gobierno le preocupó la nueva escalada del blue. Sin embargo, poco hizo para detenerla. La emisión monetaria siguió descontrolada, financiado un creciente déficit fiscal que llega hasta 7% del PBI.
Recién ayer, con el tibio anuncio de suba de tasas del BCRA se reconoció el problema. La intención va en el camino correcto, pero quizás ya es demasiado tarde.
El anuncio de la autoridad monetaria muestra la inconsistencia del modelo actual. En un contexto de actividad estancada, los libros de texto indican que las tasas de interés deben reducirse (no aumentarse) para incentivar la demanda de inversión y el consumo. Acá operamos en el sentido opuesto.
Y la medida llega en momentos donde el Tesoro está financiando parte de su exceso de gasto con la emisión de títulos públicos en pesos en el mercado local. La decisión del BCRA impactará, indefectiblemente, en el costo de las próximas emisiones oficiales.
Hoy el Gobierno está atrapado en su propio laberinto. Y con las manos atadas para aplicar políticas anticíclicas.
La próxima administración tendrá muchos – y duros – desafíos por delante.