Estructuralmente el modelo económico está terminado, si es que alguna vez existió un modelo como tal.
Los pilares básicos en materia económica que pregonó la actual administración a lo largo de los últimos doce años han desaparecido todos. Ninguno de ellos ha quedado en pie. En algunos casos se podría llegar a culpar al mundo, pero en la gran mayoría los errores son propios.
Si Argentina ha cometido un serio error a lo largo de toda su historia, éste es el de la gran dificultad para administrar la bonanza. Y si hay algo que caracterizó a la última década fue un gran viento de cola para los países emergentes de la mano de dos fenómenos: precios de los commodities históricamente elevados y costo del dinero insólitamente bajo, casi cero.
Argentina no ha podido capitalizar ninguno de los dos efectos.
En cuanto a los términos de intercambio favorables (medidos por los precios de los productos exportados sobre los precios de los bienes importados) en una primera etapa sirvieron para mantener el denominado “superávit gemelo” del modelo. Argentina contaba con superávit comercial (saldo entre exportaciones menos importaciones) y superávit de cuenta corriente (entraban más dólares al país de los que se fugaban).
Sin embargo, el déficit fiscal, que en los primeros años fue negativo (es decir, había superávit fiscal), a medida que el Estado (y su voracidad) se agrandaba a un ritmo incomprensiblemente veloz, el rojo de las cuentas públicas comenzó a surgir y, allí, el superávit de cuenta corriente inició su descenso.
En relación a las bajas tasas de interés, Argentina nunca pudo sacar provecho de las mismas. El interminable capítulo con los holdouts ha generado un costo de oportunidad muy grande en materia de financiamiento.
También sobrevino el descontrol en materia monetaria, sobre todo cuando comenzó a utilizarse al Banco Central de la República Argentina como prestamista de última instancia. Así, sus reservas internacionales comenzaron un abrupto descenso desde 2009 a la fecha cuando comenzó la “política de desendeudamiento”. Mientras que en la región las autoridades monetarias engrosaban sus arcas, acá se debilitaba.
El desborde monetario y fiscal llevó a acelerar la inflación. Así, el consumo, el principal pilar del kirchnerismo, comenzó a perder fuerza. Los salarios crecían por debajo de los aumentos de precios, o lo que es lo mismo decir, los trabajadores perdían poder adquisitivo.
La plata quemaba en el bolsillo. Perdía valor a un ritmo galopante. Mientras, en el mundo, la inflación era una de las más bajas de la historia (de hecho hoy se habla de deflación).
Como antídoto a lo anterior, se tomó el atajo de retrasar el tipo de cambio para combatir el espiral inflacionario. Las consecuencias eran lógicas y conocidas: la Argentina perdía competitividad.
Tipo de cambio nominal retrasado, elevadísima inflación y monedas emergentes que comenzaron a depreciarse al son de los rumores de alza de tasas de interés en Estados Unidos fue un cocktail explosivo para el tipo de cambio real multilateral.
El siguiente gráfico muestra que el nivel del mismo es tan solo 20% superior al registrado en 2001:
Y si hay algo que agravó aún más la situación es Brasil.
La recesión económica de la sexta economía mundial, los casos de corrupción, la desconfianza en el segundo mandato de Dilma y la furia contra los emergentes determinaron una fuerte devaluación del real brasileño en los últimos 12 meses.
Para Argentina fue el golpe de nocaut. Nada podría haber sido peor. Brasil representa el 35% del intercambio comercial de nuestro país. La devaluación del real brasileño sumado a un atraso cambiario en nuestra moneda es un golpe muy fuerte para nuestra competitividad.
El tipo de cambio real bilateral adoptó una tendencia descendente muy preocupante:
Es evidente que esta situación no puede extenderse por mucho tiempo más. La moneda argentina está sobrevaluada. El desenlace sólo es cuestión de tiempo.
En caso de no abordar esta situación, Argentina se enfrentará a un gran problema “real”.