El dólar en Argentina no debería seguir bajando

En este artículo señalo por qué el dólar en Argentina no debería seguir bajando. Hay cuestiones técnicas vinculadas al desequilibrio macroeconómico. Pero también un hecho objetivo: nadie sale ganando con el atraso cambiario.

La economía argentina dio, una vez más, una muestra de lo pendular que es su comportamiento. Los extremos son los lugares de confort favoritos de muchas de las variables económicas que dominan la escena diaria. Inflación, tasa de interés y crecimiento son algunas muestras de ello. Sin embargo, el ejemplo más emblemático de estos tiempos es el dólar.

Hace menos de cuatro meses, con elecciones presidenciales mediante, el valor futuro de la divisa estadounidense deslumbraba a todos los agentes de la economía. Empresarios, inversores, consumidores y ahorristas, entre otros, trataban de adivinar cuál sería la próxima cotización del dólar.

De más está decir que ninguno proyectaba una baja del precio de la moneda extranjera, sino más bien que anticipaban una escalada alcista en base a la delicada situación macroeconómica del país.

Los problemas eran evidentes y difíciles de solucionar, al menos, en el corto plazo. La escasez de dólares en las arcas del Banco Central de la República Argentina (BCRA) era la madre de todas las batallas que debía enfrentar la administración actual. Pero también había (y hay) otros retos importantes.

El galopante déficit fiscal, la descontrolada emisión monetaria y una inflación creciente fogoneaban el caldo de cultivo ideal para hacer subir al dólar a niveles insospechadamente altos. Sin embargo, esto no ocurrió.

Cuatro meses después del escenario anteriormente descripto nos encontramos en la situación completamente opuesta. Hoy el dólar preocupa, pero por su baja en la cotización.

¿Qué cambió en el medio? Las expectativas.

El próximo acuerdo con los holdouts (o fondos buitres) es el principio del cambio en la percepción de los agentes. Este trato servirá para reinsertar a la economía argentina dentro del circuito de financiamiento internacional, dando un poco más de margen al Gobierno actual para transitar el delicado, pero necesario, camino del ajuste de las cuentas públicas.

Adicionalmente, el anuncio de inversiones de muchas empresas multinacionales hacia la Argentina agrega una bendición a la oferta de dólares tan necesaria por estos tiempos.

Finalmente, el comienzo del período de liquidación de exportaciones de la cosecha gruesa del campo habilita el entusiasmo por una fuerte entrada de divisas que lleven a engrosar las reservas internacionales de la autoridad monetaria.

Los tres factores confluyen para actuar fuerte sobre las expectativas de un dólar más bajo en el futuro y, de ahí, es que parte de esto ya se materializó en el presente con un billete ofrecido e las pizarras en la zona de $ 14,50.

De cara al futuro no estoy tan seguro de que el dólar continuará esta tendencia bajista. Es más, creo que no hay mucho margen para esto. En lo inmediato, encuentro tres razones firmes para pensar que la baja del dólar está cerca del fin.

  • La inflación permanece altamente elevada. Durante los primeros tres meses del mandato de Mauricio Macri la inflación superó el 10% acumulado. Es cierto que parte de esta suba tiene que ver con la liberación de ciertos precios reprimidos (luz, alimentos, etc.), pero también es consecuencia del delicado estado de la economía argentina. La inflación permanecerá elevada mientras no se ataque con firmeza el déficit fiscal, que supera el 7% del Producto Bruto Interno. Si hubo un exceso semejante en la ampliación del gasto durante años anteriores, tiene que ser posible el recorte del mismo en sectores donde el costo social sea el menos elevado posible.
  • El atraso cambiario perjudica la competitividad. El Gobierno actual sabe que un tipo de cambio alto es necesario para reactivar la economía, ya sea para estimular las exportaciones como para encarecer las importaciones de manera de potenciar la producción local. A pesar de la reciente devaluación del peso, el tipo de cambio real bilateral con Brasil, nuestro principal socio comercial, apenas mejoró, volviendo a los niveles de 2013. La elevada inflación local y la devaluación del real brasileño han hecho que los efectos de la devaluación del tipo de cambio oficial en Argentina no se hayan hecho sentir demasiado favorablemente en la competitividad del país.
  • El BCRA no podrá sostener los actuales niveles de tasas. Por primera vez en mucho tiempo, Argentina tiene tasas de interés reales positivas. Esto se dio a partir de un ajuste al alza del rendimiento de las Lebac que paga el BCRA en sus colocaciones semanales. Sin dudas que esto ha generado una descompresión de la demanda de dólares en beneficio de las colocaciones en pesos a tasa fija. Por su Lebac más corta, a 35 días de plazo, la entidad está pagando un 38% anual. Esto tiene un costo de oportunidad muy elevado en dos sentidos: la actividad económica, que no puede despegar con semejantes niveles de tasas de interés; y el déficit cuasi fiscal, que se genera a partir del endeudamiento que asume el BCRA para aspirar la mayor cantidad posible de pesos de la economía. Las tasas no podrán mantenerse elevadas por mucho tiempo más.

Bajo este marco, entiendo que el piso para el valor del dólar está muy cerca. Si el mercado cambiario no se equilibra libremente en un valor de la divisa más lógico con el equilibrio de largo plazo, seguramente el Gobierno tomará el toro por las astas.

El dólar “barato” puede tener los días contados.

Argentina ante un problema “real”

Estructuralmente el modelo económico está terminado, si es que alguna vez existió un modelo como tal.

Los pilares básicos en materia económica que pregonó la actual administración a lo largo de los últimos doce años han desaparecido todos. Ninguno de ellos ha quedado en pie. En algunos casos se podría llegar a culpar al mundo, pero en la gran mayoría los errores son propios.

Si Argentina ha cometido un serio error a lo largo de toda su historia, éste es el de la gran dificultad para administrar la bonanza. Y si hay algo que caracterizó a la última década fue un gran viento de cola para los países emergentes de la mano de dos fenómenos: precios de los commodities históricamente elevados y costo del dinero insólitamente bajo, casi cero.

Argentina no ha podido capitalizar ninguno de los dos efectos.

En cuanto a los términos de intercambio favorables (medidos por los precios de los productos exportados sobre los precios de los bienes importados) en una primera etapa sirvieron para mantener el denominado “superávit gemelo” del modelo. Argentina contaba con superávit comercial (saldo entre exportaciones menos importaciones) y superávit de cuenta corriente (entraban más dólares al país de los que se fugaban).

Sin embargo, el déficit fiscal, que en los primeros años fue negativo (es decir, había superávit fiscal), a medida que el Estado (y su voracidad) se agrandaba a un ritmo incomprensiblemente veloz, el rojo de las cuentas públicas comenzó a surgir y, allí, el superávit de cuenta corriente inició su descenso.

En relación a las bajas tasas de interés, Argentina nunca pudo sacar provecho de las mismas. El interminable capítulo con los holdouts ha generado un costo de oportunidad muy grande en materia de financiamiento.

También sobrevino el descontrol en materia monetaria, sobre todo cuando comenzó a utilizarse al Banco Central de la República Argentina como prestamista de última instancia. Así, sus reservas internacionales comenzaron un abrupto descenso desde 2009 a la fecha cuando comenzó la “política de desendeudamiento”. Mientras que en la región las autoridades monetarias engrosaban sus arcas, acá se debilitaba.

El desborde monetario y fiscal llevó a acelerar la inflación. Así, el consumo, el principal pilar del kirchnerismo, comenzó a perder fuerza. Los salarios crecían por debajo de los aumentos de precios, o lo que es lo mismo decir, los trabajadores perdían poder adquisitivo.

La plata quemaba en el bolsillo. Perdía valor a un ritmo galopante. Mientras, en el mundo, la inflación era una de las más bajas de la historia (de hecho hoy se habla de deflación).

Como antídoto a lo anterior, se tomó el atajo de retrasar el tipo de cambio para combatir el espiral inflacionario. Las consecuencias eran lógicas y conocidas: la Argentina perdía competitividad.

Tipo de cambio nominal retrasado, elevadísima inflación y monedas emergentes que comenzaron a depreciarse al son de los rumores de alza de tasas de interés en Estados Unidos fue un cocktail explosivo para el tipo de cambio real multilateral.

El siguiente gráfico muestra que el nivel del mismo es tan solo 20% superior al registrado en 2001:

TCR Mult

Y si hay algo que agravó aún más la situación es Brasil.

La recesión económica de la sexta economía mundial, los casos de corrupción, la desconfianza en el segundo mandato de Dilma y la furia contra los emergentes determinaron una fuerte devaluación del real brasileño en los últimos 12 meses.

Para Argentina fue el golpe de nocaut. Nada podría haber sido peor. Brasil representa el 35% del intercambio comercial de nuestro país. La devaluación del real brasileño sumado a un atraso cambiario en nuestra moneda es un golpe muy fuerte para nuestra competitividad.

El tipo de cambio real bilateral adoptó una tendencia descendente muy preocupante:

TC Bilateral

Es evidente que esta situación no puede extenderse por mucho tiempo más. La moneda argentina está sobrevaluada. El desenlace sólo es cuestión de tiempo.

En caso de no abordar esta situación, Argentina se enfrentará a un gran problema “real”.