El lunes pasado, 18 de abril, una de las principales calificadoras de riesgo, Standard & Poor’s, puso en riesgo la reputación AAA que ostenta la deuda soberana estadounidense al rebajar el outlook de la misma de estable a negativa, lo que podría ser el primer paso para una futura rebaja de la calificación de la deuda por primera vez en la historia.
Rápidamente dicha situación tuvo una basta repercusión mundial, generándose un debate en torno a la sustentabilidad de la deuda estadounidense en el mediano plazo. Por un lado, los economistas más críticos, señalan como alarmante la actual situación fiscal de los Estados Unidos, donde el déficit alcanza a más de 10% del PBI, lo cual podría llevar a una pérdida de credibilidad por parte de los inversores si dicha situación no recibe señales de reversión y /ó encarrilamiento. Por el otro lado están los que ponderan ó estimulan los altos niveles de gasto público actuales como vehículo esencial para poder reactivar la economía más importante del mundo luego de la crisis fiscal de 2008.
Un poco inquieto por lo sucedido, y por la gran tenencia de títulos de deuda estadounidense, China envió algunas señales a la Casa Blanca al señalar que debe priorizarse el cuidado de los acreedores ante las inminentes amenazas de las calificadoras de riesgo. La realidad indica hoy que los países emergentes, con cuentas externas superávitarias, son los que están financiando los desequilibrios fiscales de las economías desarrolladas que más han sufrido los coletazos de la crisis financiera.
La rebaja del panorama de la deuda estadounidense es una primer señal amarilla que obliga a tomarse con cierta consideración. Sin embargo, es necesario aclarar que la deuda de los Estados Unidos no presenta riesgo de incumplimiento, ya que la FED es la única entidad que tiene la capacidad de emitir y/ó imprimir dólares estadounidenses.
El trasfondo del accionar de Standard & Poor’s deja abiertos varios aspectos a examinar: en primer lugar, los países desarrollados comienzan a mostrarse vulnerables tras la crisis de 2008 ya que, en general, fueron los que más sufrieron sus efectos; en segundo lugar, las políticas fiscales expansivas fueron el instrumento más utilizado por esta clase de países para poder reactivar sus economías, conllevando a los actuales problemas de deuda que se vislumbran, como es el caso de Grecia, Irlanda, Portugal, Japón, el Reino Unido y, ahora, los Estados Unidos; finalmente la idea de que ningún país está exento a sufrir rebajas en su calificación soberana es un hecho, sin distinguir a qué categoría económica dicho país pertenece.
Pese a lo descripto anteriormente, la realidad muestra que, a pesar de que las economías emergentes muestran una mayor participación en el PBI mundial, la interrelación y dependencia que todavía tienen con las economías del “centro” es una situación que parece estar lejana de finalizar. Si bien hoy los fundamentos de las economías emergentes han evolucionado favorablemente, la sustentabilidad de los mismos en el largo plazo depende, en cierta medida, del éxito que tenga la economía mundial, incluyendo las principales potencias económicas, de recuperarse de los niveles de estancamiento generados luego del colapso financiero sufrido en 2008.