El eterno debate del atraso cambiario en Argentina

Una vez más se hace presente. Como si fuera un deja vú, el término “atraso cambiario” volvió a posicionarse en el centro de la escena de la economía argentina y desató un acérrimo enfrentamiento entre quienes niegan la existencia de ese fenómeno y quienes alegan que su indiscutible presencia afecta negativamente los intereses del crecimiento del país.

Por un lado, los defensores de la libertad económica señalan que el actual mercado cambiario es libre y que el precio del dólar es el que surge de la interacción de la oferta y demanda. Así, no hay nada que discutir sobre el precio de la divisa estadounidense en el país. Es el de equilibrio.

En el lado opuesto, los industriales y otros sectores productivos, que se sienten en desventaja por el ingreso de importaciones masivas que compiten con su producción ayudados por el “dólar barato”, señalan que esto es insostenible.

Si me permiten, ambas partes tienen cierta razón. Hoy en Argentina el mercado cambiario goza de una extrema libertad que brillaba por su ausencia durante la época de Cristina Fernández de Kirchner. Y eso es bueno, porque un mercado libre da certidumbre a todos los participantes de la economía argentina.

Pero también es cierto que el actual nivel no es el adecuado para que los sectores productores se sientan en una situación de confort e igualdad de oportunidades para competir con el mundo. En este sentido, los números no mienten y el gráfico siguiente, elaborado por el Banco Central de la República Argentina, es elocuente:

El tipo de cambio real multilateral muestra una clara tendencia a la apreciación, incluso aun después de la devaluación de casi 40% del peso argentino que tuvo lugar el 16 de diciembre de 2015 cuando se levantó el cepo cambiario. Claramente, el atraso cambiario es una realidad.

Este fenómeno responde a dos cuestiones fundamentales:

  1. Político: En años electorales, como el actual que se celebran las elecciones de medio término, los gobiernos suelen utilizan al atraso cambiario como el ancla de estabilidad de precios e impulso al consumo mediante salarios en dólares más altos. El Gobierno de Mauricio Macri no es la excepción. Históricamente podemos definir a los años electorales como aquellos que están signados por el retraso (nominal y real) del tipo de cambio.
  2. Económicos: Argentina está claramente de moda en el mundo financiero, habiendo recibido un fuerte flujo de ingreso de capitales externos que aumentaron la oferta de dólares en un mercado cambiario con demanda deprimida. Adicionalmente, el retorno del país a los mercados externos de deuda no hizo más que agravar esta situación de oferta de divisas tras las colocaciones varias de distintos emisores: Estado Nacional, Provincias y Empresas.

Ambos factores coinciden para explicar por qué hay una tendencia de apreciación del tipo de cambio, tanto en términos nominales como reales.

El desafío por delante: una visión alternativa de competitividad

En Argentina siempre se pensó la competitividad en términos del valor del dólar. Y pensarlo así es un atajo que tiene un efecto positivo muy de corto plazo. Los Gobiernos se ven tentados a devaluar la moneda doméstica contra el dólar dando un salto temporal en la competitividad que se evapora en la medida que se da el famoso pass through: la devaluación se traslada a los precios aumentando la inflación y haciendo retroceder la ventaja del salto competitivo.

La visión errada de asociar la competitividad al nivel del tipo de cambio también ha sido una permanente traba para el desarrollo productivo de la Argentina. Es necesario comprender la competitividad desde una visión amplia que engloba cuestiones como la política impositiva, una política externa de apertura de nuevos mercados, el desarrollo de infraestructura, la mejora de la logística y la seguridad jurídica, entre otras cosas.

Claro está que este camino implica más esfuerzo, perseverancia y se trata de una tarea de mediano plazo. Pero en algún momento se debe abordar más allá de las urgencias políticas que acechan permanentemente en el país.

Mientras tanto, en la medida que se ponga en funcionamiento este proceso, deben buscarse alternativas ingeniosas para incentivar la demanda de dólares y dar un cierto respiro a los sectores productivos desde la óptica de la competitividad basada exclusivamente en el tipo de cambio.

No hay atajos para ser más competitivos

La competitividad de la economía argentina es una cuestión que está en el centro del debate en las últimas semanas. Por un lado, los exportadores reclaman de un tipo de cambio más elevado para poder colocar sus productos en el exterior. Por el otro, los productores industriales locales señalan que con el tipo de cambio bajo actual, las importaciones nos inundan y destruye empleos en el sector.

Quejas y más quejas. Y todas sobre el tipo de cambio nominal.

El diagnóstico es claro ya que con una aceleración de la inflación por encima de una tasa anual del 40% durante el primer semestre del año, la pérdida del colchón de competitividad que había generado la devaluación de diciembre último se está evaporando.

La cuenta es simple: si la moneda doméstica se depreció de $ 9,50 a $ 15,00 en su paridad con el dólar en diciembre último, eso implicó un salto del tipo de cambio nominal de 57%. Pero el tipo de cambio real, ajustado por la inflación, podría ver erosionada casi el 80% de su mejora para diciembre de 2016 si la relación nominal permanece intacta y la inflación anual cierra en torno al 42% anual.

El siguiente gráfico, elaborado por la consultora Elypsis, es muy elocuente al respecto.

TCRM

Devaluación mediante de más de 50% del tipo de cambio nominal, el tipo de cambio real multilateral, que considera la tasa de cambio ajustada por la inflación de nuestros principales socios comerciales, se encuentra en los niveles de 2012 y 2013, muy alejado del promedio de la década pasada.

Ciertamente es una señal poco alentadora desde la perspectiva de nuestro intercambio comercial: es difícil vender nuestros productos al exterior (salvo las exportaciones agrícolas que cuentan con una competitividad propia muy alta) y es barato comprar los productos extranjeros.

Ésta se trata de una conclusión válida si solo consideramos a la competitividad de la economía argentina desde la óptica del valor del tipo de cambio.

¿Es válido este enfoque?

Recurrentemente la competitividad de la economía local se piensa solamente en cuanto al valor de nuestra moneda en relación al dólar y demás divisas de nuestros socios comerciales. Sin embargo, esto ha demostrado ser profundamente nocivo para la previsibilidad de la economía, nuestro nivel actividad y las posibilidades de expandir la frontera productiva.

En primer lugar porque la demanda de un tipo de cambio alto por parte de los sectores económicos beneficiados con él desvía los incentivos de largo plazo de volverse competitivos en base a mayor productividad e inversión.

En segundo lugar porque las devaluaciones exitosas del tipo de cambio han demostrado ser muy escasas según la evidencia empírica histórica. El pass through de la devaluación a los precios es una constante que tarde o temprano se impone, erosionando la mejora del tipo de cambio real en cuestión de tiempo.

Finalmente, la dependencia del tipo de cambio como única variable requerida para mejorar los términos de intercambio de nuestro país estimula este atajo y atenta contra la búsqueda de mejoras más sustentables y permanentes en el tiempo, pero que requieren de constancia, disciplina y persistencia en el largo plazo.

La mejora de la competitividad argentina se puede lograr con política económicas predecibles y amigables con el capital, en un contexto de permanente evolución del desarrollo de inversiones y mejoras de la productividad.

Ejemplos de esto puede ser la disponibilidad de crédito a tasas de interés “blandas”, rebajas impositivas, marcos regulatorios flexibles y eficientes y, claro está, seguridad jurídica. Las mencionadas son variables determinantes que pueden tener un muy buen efecto sobre la economía argentina.

Pensar solamente en el tipo de cambio como variable de alta competitividad no hace otra cosa que acentuar la dependencia estatal  por parte de los principales actores del comercio exterior doméstico, bloquea las innovaciones en el ámbito privado, hace que sufra el bolsillo del consumidor (por la mayor inflación) y profundiza la visión cortoplacista.

En términos de competitividad, está a la vista que no hay atajos.

Solo la persistencia y el enfoque largoplacista puede cambiar el destino de nuestra economía de manera perdurable en el tiempo.